miércoles, 23 de diciembre de 2009

ENTRE EL VIVIR Y EL SOÑAR...

... hay una tercera cosa, adivínala.

Y Machado dijo: Amor; yo: María Pagés.

He vuelto a disfrutar de su espectáculo, he vuelto a llorar con los versos de Miguel Hernández y con el cuerpo de este prodigio del baile que es María Pagés acompañando a dos voces flamencas que entonaban con desgarro las Nanas de la cebolla. He reído con sus chirigotas y me he estremecido con la voz de Saramago alzando una rosa, la rosa de esta magnífica artista que descubrí hace tan solo unos meses en el Español y que he vuelto a tener la suerte de ver en Matadero.


Se siente el empeño, la sangre y hasta las entrañas en cada zapateado y en cada palma no sólo de María, también de los que con ella nos brindan, sin duda, uno de los mejores espectáculos de flamenco; sentido y entregado, como debe ser.

Y es que siempre recordaré la sensación que tuve al entrar por primera vez en un teatro. Ese gran desfile de butacas perfectamente ordenadas bajo un tapiz rojo en el que nace y muere un escenario, la magia de una historia. Y acomodarte, la luz tenue, una voz y el telón comienza a abrirse a un mundo distinto.

Si esa sensación se funde con un espectáculo como Autorretrato, me dejo el alma en la función.


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DE PÁRAMOS Y PEDROS

En febrero, cuando las mañanas estaban llenas de viento, de gorriones y de luz azul, marzo decidió que no llegaría. Hizo las maletas y salió del calendario. La foto de aquella ciudad uruguaya que le acompañaba quedó vacía de días y de lunas y voló hasta encontrarse con la nada. Y allí decidió quedarse. 

continuará..., o no

miércoles, 16 de diciembre de 2009

UN PENSAMIENTO

Me harté, pues sí, que quede claro. Desde aquí y hasta hoy. Termino Pedro Páramo y va un espíritu de los de antes y se me aparece, así, como si nada y con este frío. Y me agarra de una pierna y me da la vuelta entera y me susurra al oído: no hagas caso, pardilla, que el tiempo es oro. Y tanto. Que en menos de una semana estamos cruzando el charco y este año no habrá blanca Navidad. ¿Y cómo que pardilla?, ya está bien, señora, vuelva al lugar del que ha venido: a los recuerdos perdidos.

Y salgo de casa y me pierdo en el ascensor (ya es difícil) y aparezco entre las sombras de las páginas de ese escritor o poeta o lo que sea. Y las palabras me llenan de tinta negra y se esparcen por el suelo. Querencia, dolencia y apetencia; las que tenía, que te he dicho hace un rato (doce líneas) que me harté.

Y abro los ojos y estoy dentro de un sitio muy oscuro, así es que me ahorro las descripciones, que si Azorín levantara la cabeza me tiraría de la pluma. Y hace un calor de muerte en ese lugar tan raro y huele a madera de roble de más de cien años. Así es que decido pasar página, que este secarral no me va nada. Me descubro saliendo de un mueble.

Venga, a caminar otra vez, a través del espejo. Y entre espejismos cierro el libro que nunca he comenzado.

Vaya coincidencia, ¿no estarías leyendo el mismo? Es que hoy me han hablado del pensamiento divergente y me he acordado. Por no tenerlo, claro.

Y es que ocho pisos dan para mucha literatura, por llamarlo de algún modo. Y llego al -2

domingo, 13 de diciembre de 2009

MÁS

Hace muchos, muchos años, en el país de los silencios, vivió una niña de dos trenzas y ojos verdes que soñaba con ser viento y con ser mar. Las barcas, en la orilla, dormían abrazadas y la niña, junto a ellas, esperaba el amanecer.

Una mañana de diciembre el sol salió temprano y la niña despertó en las olas, con sus trenzas y sus ojos de cristal. No dudó ni un solo momento y preguntó:

- Sol, ¿me quieres?

- No como tú crees- le contestó.
Y la niña corrió por la playa con los ojos cerrados; rápido, tanto que ni el viento la oyó marchar.

Los días pasaron con penas y sueños y la niña de dos trenzas caminaba entre los bosques y se adentraba en la corteza de los árboles buscando la oscuridad. Pero una noche de luna llena, la niña volvió hasta el mar. Los pescadores calafateaban sus barcas y las mujeres cosían las redes. “Esta luna traerá buena pesca”, se decían unos a otros. La niña de dos trenzas alzó sus verdes ojos y miró a la luna llena. La luna, llena de niña, miró aquellos ojos y acarició las penas que escondían.

- El sol es así, pequeña.

Los pescadores, en silencio, se dejaban arrullar por las olas y se hacían cada vez más pequeñitos; la luna, cada vez más grande; la niña, cada vez más niña. Y se durmió el tiempo en el país de los silencios. Y despertó la niña por el sol y el sol por la niña.

- Sol, ¿tú me quieres?
- Ya te lo he dicho, niña, no como tú crees.

Y la niña lloró y corrió y gritó y rompió las conchas a su paso y se adentró en los bosques y se escondió entre los helechos. Y allí soñó con el sol y con ser mar y con ser viento. Y decidió no hablar nunca más. Y tuvo miedo.

Pasaron los silencios y los días y las noches y las lluvias. La niña ayudó a pintar de colores las casas del puerto: unas verdes, otras rojas, otras azules, otras lilas y amarillas. De este modo, cada vez que los pescadores llegaban de sus travesías en la mar reconocerían desde bien lejos cuál era su casa y en ella, su balcón y en él, a su amada y en ella, su vida. La niña no tenía sol, no tenía casa y no era más que una niña con dos trenzas y ojos tristes. La niña no quería ser marinera.

Aquella noche salieron todas las estrellas y en las olas y con la niña nadaron en el mar. Y no había luna, ni redes, sólo casas de colores con las chimeneas humeantes. El país de los silencios susurraba y el viento acunaba al mar, a la niña de dos trenzas y ojos verdes. El mar acunaba a las estrellas.

Y siendo aún de noche salió el sol.

- Sol, dime, ¿me quieres?
- No como tú crees, niña.
- ¿Y entonces cómo, sol nocturno?
- Más.

Y la niña pintó de azul una concha de la orilla para que el sol pudiera saber siempre dónde estaba su casa.

domingo, 6 de diciembre de 2009

CONSTITUYÉNDOME

Resulta que todo lo que toco se vuelve de colores, últimamente. Ironías de la vida, me encuentro en pleno puente de la constitución buscando el artículo apropiado para comenzar. Y los hay determinados, que me gustan, y los hallo indeterminadamente sugerentes, los menos. Y siempre está el yo, mejor el tú y por qué no, el ellos y el nosotros. Y él. Que todos sirven para conjugar lo que ocurre en una tarde de lluvia. El verbo, lo de menos; lo ponen otros, sin sujetos y con tantos predicados dedicados, delicados. Que ser o estar no es parecer, padecer, palidecer. Esos son copulativos. Y entre artículos y artistas y artes comparadas me comparo con la ley que se celebra y celebro la desigualdad de los que la crearon. Me quedo con la lengua y el lenguaje de los que participan en mis legislaciones, que las de hoy no me las creo. O eso creo. Y si están ahí será por algo. Y el vosotros, unos, unas, que el femenino lo olvidamos tantas veces.

Me constituyo anticonstitucional y acostumbrada a ser fiel a un solo sustantivo, abstracto, claro, que siempre son los más hermosos. No hace falta que lo escriba, ya lo sabes y lo sientes.

sábado, 5 de diciembre de 2009

ÑIQUIÑAQUE Y CALANDRACA DESDE EL MAR HASTA LA ORILLA

¿Ñiquiñaque?
¿Calandraca?

Está todo tan oscuro que casi no te veo, creo. Un, dos, tres. Magia. Pues sí. Te siento.

Así que decidieron, ante esta y otras muchas paradojas, abrazarse fuerte y quererse siempre.

¿Calandraca?
¿Ñiquiñaque?
¿Sigues ahí?
Siempre.

Y cuatro, cinco, seis. Un rayo de luna. Que para eso está redonda, llena, inmensa. Cállate, no seas pesado, y deja de dar la lata.

Y se durmió. Durmieron. Y Ñiquiñaque soñó con margaritas y lindos mares y Calandraca con océanos y corales y se encontraban en el tiempo y con el viento y hasta allí y bajo el agua, calentita.

Siete, ocho, nueve y diez. Tantos como se debían. Que no es deber el quererse, pero no está demás recordarlo. Porque entre sus sueños y aventuras se desvelaban abrazos y Ñiquiñaque enfermito de tanta poesía y tanto sueño y tanta agua y tanto monta, monta tanto, cayó rendido a sus brazos.

¿Calandraca?
Ñiquiñaque
MÁS

Y más que nada. Que si no me lo dices me lo creo y la líamos y nos perdemos entre besos y en abrazos. Y esto es pura ilusión, entre charcos de palabras y abracadabara que aquí estoy, a tú ladito. Pues ya sabes, no te vayas, deja el coche ahí aparcado, Ñiquiñaque, que lo vea y me lo crea.

Y se cierra el telón de los sueños y se abre el espejo de momentos y recuerdos y futuros y ya está. Que en esta aventura se colaron sin llamar, Ñiquiñaque y Calandraca, desde la orilla hasta el mar.