miércoles, 16 de diciembre de 2009

UN PENSAMIENTO

Me harté, pues sí, que quede claro. Desde aquí y hasta hoy. Termino Pedro Páramo y va un espíritu de los de antes y se me aparece, así, como si nada y con este frío. Y me agarra de una pierna y me da la vuelta entera y me susurra al oído: no hagas caso, pardilla, que el tiempo es oro. Y tanto. Que en menos de una semana estamos cruzando el charco y este año no habrá blanca Navidad. ¿Y cómo que pardilla?, ya está bien, señora, vuelva al lugar del que ha venido: a los recuerdos perdidos.

Y salgo de casa y me pierdo en el ascensor (ya es difícil) y aparezco entre las sombras de las páginas de ese escritor o poeta o lo que sea. Y las palabras me llenan de tinta negra y se esparcen por el suelo. Querencia, dolencia y apetencia; las que tenía, que te he dicho hace un rato (doce líneas) que me harté.

Y abro los ojos y estoy dentro de un sitio muy oscuro, así es que me ahorro las descripciones, que si Azorín levantara la cabeza me tiraría de la pluma. Y hace un calor de muerte en ese lugar tan raro y huele a madera de roble de más de cien años. Así es que decido pasar página, que este secarral no me va nada. Me descubro saliendo de un mueble.

Venga, a caminar otra vez, a través del espejo. Y entre espejismos cierro el libro que nunca he comenzado.

Vaya coincidencia, ¿no estarías leyendo el mismo? Es que hoy me han hablado del pensamiento divergente y me he acordado. Por no tenerlo, claro.

Y es que ocho pisos dan para mucha literatura, por llamarlo de algún modo. Y llego al -2

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