Ñiquiñaque se pasaba la vida de aquí para allá y Calandraca, de allá para aquí. Total, que de tanto ir y venir estaban un poco mareados y tristes por no encontrarse. Calandraca pensó que ya era hora de cambiar: cogió aquí y lo puso allá. De este modo, ñiquiñaque comenzó a venir en lugar de ir y calandraca, que no tenía un pelo de tonta, decidió que haría lo mismo.
Los dos venían de allá y se encontraban aquí, así, tanagustito. Aquí y allá terminó por ser el principio de lo que Malandrín denominó: una bonita historia de amor. Pero Ñiquiñaque nunca había oído hablar de aquello.
- ¿de qué?
- que sí
- que, ¿qué?
Vaya, estaba tan perdido que Calandraca tuvo que cogerle de la mano y tirar un poco de él.
- que de las olas!!!!
Y así llegaron al mar y en el mar, hasta la arena, y en la arena, hacia la luna. Con la luna, hasta allí y aquí de acá... ¡ ZAS!, y se besaron. Malandrín, que les había seguido desde el mar hasta el mar, desde la arena hacia la luna y más allá para no ser visto... ¡ZAS!, abrió tres ojos como platos y el cuarto lo cerró. Después corrió desde acá de aquí hasta allí, rodeando la luna hasta la arena y chapoteando en el mar desde el mar y gritó a las gaviotas:
- ¡¡¡HOLAAAAA!!!
Y Calandraca, que le oyó, miró a Ñiquiñaque. Ñiquiñaque miró a Calandraca. Así hasta que la luna cayó al mar y el sol salió en la arena.
- ¿Mirar qué?
- Mirar
- Pero, ¿qué?
- Parece mentira que seas poeta.
- No quiero ser poeta, yo quiero ser Ñiquiñaque y besarte desde el mar hasta el mar, pasando por la arena hacia la luna. En luna llena de aquí, desde allá, y regalarte un racimo de palabras.
Y hasta el viento tembló.