Querido tapicero:
Este año no quiero que me tapice las sillas. Tengo un sillón viejo, de mi abuela, que me gustaría llenarlo de flores verdes. He pensado que sería una buena idea. Sí. Y se me ha ocurrido a mi solita, lista que es una.
Por eso, cada vez que vea usted una flor, guárdela y riéguela, que tiene que dejarme el sillón como un jardín.
Le aclaro que me gustan las fores blancas, con hojas verdes. Sin espinas si son rosas, por favor. No quiero sentarme y llenarme de pinchos y quejidos.
No sé si estará usted de acuerdo. Espero que el presupuesto no pase de la cifra de la que hablamos el año pasado, cuando me tapizó las sillas de mi tía con versos de Vallejo. Aún las tengo, alrededor de la mesa de comedor, repletas de heraldos negros.
A la espera de sus noticias me sentaré en el suelo.
Atentamente,
una imbécil soñadora
p.s. envío esta carta como el que envía un suspiro ya que cambia usted de dirección a menudo.