martes, 25 de mayo de 2010

LOS SOLDADITOS DE PLOMO

Marta miraba por la ventana hacia el patio lleno de primaveras y  pensaba en la historia que Manuel le había contado días atrás. El abuelo de Manuel trabajaba el plomo en Rumanía y con diferentes moldes creaba cientos de soldaditos que vendía en un pequeño puesto del centro de Bucarest. Marta nunca hábía visto uno de esos soldados, pero imaginaba ejércitos de pequeños muñecos desfilando por los pasillos del colegio, por las mesas y por el alfeizar de la ventana en el que ahora reposaban sus sueños; todos buscando una batalla, una estratégica posición en el mapa mundi que colgaba de la pizarra. Marta hubiera querido conocer a ese abuelo y estar en esa ciudad y ayudar a pintar con pequeños pinceles una sonrisa de paz a los soldados. Las guerras -pensaba- están hechas de odio y de envidias; pero aquellos soldados, los de Manuel, serían capaces de luchar en batallas imposibles para lograr la paz de los que con sus manos les crearon. Los soldados de plomo dejaron de existir hace años, los sueños de Marta vuelan por la ventana y hasta el patio. Marta siempre quiso tener un abuelo y un barco de papel.


miércoles, 19 de mayo de 2010

MARTA, MANUEL, AFONSO


Alfonso quería ser marinero y vivir aventuras y escribirlas en su cuadero de bitácora para que Marta y Manuel conocieran otros mundo, sintieran otras tierra, soñaran con otros vientos. Marta quería ser mayor para recorrer el cielo en una burbuja de jabón y verlo todo desde arriba, desde lo más alto, desde allí dentro, tan adentro. Manuel quería tener un patinete y rodar hasta la luna, sin la gravedad del mundo en el que, día a día, se le aplastaban los sueños y se le engrandecía el hambre.
Alfonso, Marta y Manuel tenían sueños grandes pero eran pequeños. Manuel, Marta y Alfonso eran menudos y grandes soñadores de mundos posibles. Como lo son los que esconden las palabras dentro de cajas de latón y las lanzan a la tierra o al mar para que naveguen en el tiempo.


miércoles, 12 de mayo de 2010

TUBAB

Hoy, entre otras cosas, he tenido la gran oportunidad del ver Binta y la gran idea, de Javier Fesser, en compañía de veintitrés niños y niñas tubab, de doce años, todos ellos del madrileño barrio de Santa Eugenia y todos, alumnos míos. Y ha sido emocionante verles reaccionar ante las increíbles historias que en él se cuentan e increíble verles emocionarse con las verdades que Fesser nos transmite a través de la historia de estos niños senegaleses, tan distintos y tan iguales a ellos. Me quedo con mucho de lo que aquí se dice y se ve: con la gran idea del padre de Binta (por no desvelarla, no la comento), con la verdad detodos los niños y sus derechos, con ese "color carne" con el que Binta da vida a sus dibujos, con la justicia y con los sonidos de África. Y termino con el comentario de todos ellos, mis alumnos tubab, cuando han leído en los subtítulos de esta película: "...los tubab, gracias a la increíble cantidad de peces que son capaces de coger, obtienen tantos beneficios que ya no necesitan preocuparse los unos de los otros...", a lo que muchos han dicho: a mí me pasa eso. ¿A quién no?
Aprendamos de los pájaros.

Aquí os dejo esta joyita:

 

jueves, 6 de mayo de 2010

EL PRIMER PROBLEMA

Como todos los problemas, un buen día, apareció el primero para Marta, el primero para Alfonso y uno de tantos para Manuel. Los problemas son como se quieran ver y Alfonso lo miró desde su caleidoscopio, lleno de colores y haciéndose y deshaciéndose a su antojo; Marta lo vió del revés, nada más levantarse, y decidió empaparlo del agua caliente de la ducha y del jabón de aceite casero que la abuela de Manuel fabricaba a finales del invierno. Manuel, lo dejó pasar, como las lluvias de otoño, como el hambre, como la amenaza del final de los juegos que inventaba con Domingo, como uno de tantos.

Habían quedado, en secreto, junto al cerezo que estaba al lado de las pistas de baloncesto, en el patio del colegio. Era un secreto porque sólo ellos lo sabían y no podían hablarlo más que en el idioma que Marta había inventado y que consistía en cambiar cada vocal por la siguiente en orden inverso: u, o, i, e, a.


"Qadumis an ul carazi, u lu 1 an ponte, untas da qua vangun lis muyiras."

Y cuano se encontraron, junto al cerezo, aquella mañana de colegio, escondieron el problema en una caja de latón y lo enterraron muy adentro de la tierra roja del patio.
 
Nadie volvió a tener ese primer problema que Marta y Alfonso compartieron con Manuel, junto al cerezo.
 

miércoles, 5 de mayo de 2010

MANUEL ES MÚSICA

Como la primavera es lluviosa, los días son más largos, crecen. Hoy Manuel sale a buscar chatarra con su primo. Al ser algo corto de estatura, Manuel, encuentra antes lo que es realmente mágico; y su primo le deja guardarlo para él y le sube en lo alto del camión, rodeado de barras de aluminio y tiras de cobre y entonces se siente grande. Hoy encontró algo redondo, fino, delicado. Manuel lo cubrió de vaho y lo limpió, cuidadosamente, con la manga de su camiseta de rayas verdes y naranjas. Cuando llegó a casa corrió a buscar a su abuela, que cocinaba tras el biombo que separa la cocina del colchón de Manuel y Domingo, y le enseñó el objeto brillante, negro y redondo, de vinilo. Su abuela comenzó a cantar y a dar vueltas por la sala con una cuchara de palo en su mano y le explicó que en él se guardaban las canciones que su abuelo le cantaba cuando vivían en la ciudad, cuando eran jóvenes y llenos de ilusiones. Manuel, tras escuchar las tararas de su abuela, subió al tejado y con la oreja pegada al disco se llenó de amor y de notas musicales en el silencio de la tarde.

martes, 4 de mayo de 2010

ALFONSO ENCUENTRA UNA PALABRA

La mañana siguiente a la primera luna llena del mes de abril, Alfonso prepara en la cocina un pastel para la fiesta sorpresa de Marta. Como Marta es muy dulce, le cocina un bizcocho de galletas y leche condensada. Al colocar la última galleta del pastel, entra volando por la ventana de la cocina una caracola que se posa sobre la encimera. Alfonso la mira y la caracola comienza a dar saltos por toda la cocina: de la encimera al fogón, del fogón a la nevera, de la nevera al microondas, del microondas a la baldosa azul del suelo. Alfonso se tumba y con un ssssschsssss, la caracola se posa en la punta de su nariz y en un suspiro le dice: calandraca, y vuelve volando al lugar del que venía. Y no es que Alfonso crea que es extraño que una caracola voladora le suspire calandraca: es que a Alfonso le hacen cosquillas las palabras marineras y los juegos aéreos de su amiga Marta.

lunes, 3 de mayo de 2010

MARTA SALE VOLANDO

Marta iba camio del colegio con una mochila verde llena de caracolas y conchas que había recogido en la playa. Pensaba colocarlas en círculos por todo el colegio para que Alfonso, su nuevo amigo, se sintiera algo más marinero. De repente comenzó a soplar el viento del Sur y Marta extendió los brazos y salió volando calle arriba, con mochila y todo. Pasó por la biblioteca, por la plaza el mercado, por la tienda de su tío y abrió la boca para beber aire fresco. Encontró a Manuel esperando el autobús en el camino y decidió cogerle del brazo y llevarlo volando hasta el colegio. Manuel lo agradeció regalándole la última estrella que, perezosa, se había quedado despistada en el cielo del nuevo día. Marta abrió su mochila y aquella mañana, en la ciudad, llovieron conchas y caracolas. En el telediario, su madre escuchó la noticia y no dudó en regañar a Marta por volver a estar, como tantos días estaba, en las nubes. Manuel decidió guardar el secreto y se metió en un buen lío por entrar al aula por la ventana.