martes, 23 de febrero de 2010

42.

busilis.(Del lat. in diebus illis, mal separado por un ignorante que dijo no entender qué significaba el busillis).

1. m. coloq. Punto en que se estriba la dificultad del asunto de que se trata.

"Digo, pues, que con todo su acompañamiento llegó Sancho a un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el duque tenía. Diéronle a entender que se llamaba «la ínsula Barataria», o ya porque el lugar se llamaba «Baratario» o ya por el barato con que se le había dado el gobierno. Al llegar a las puertas de la villa, que era cercada, salió el regimiento del pueblo a recebirle, tocaron las campanas y todos los vecinos dieron muestras de general alegría y con mucha pompa le llevaron a la iglesia mayor a dar gracias a Dios, y luego con algunas ridículas ceremonias le entregaron las llaves del pueblo y le admitieron por perpetuo gobernador de la ínsula Barataria.

El traje, las barbas, la gordura y pequeñez del nuevo gobernador tenía admirada a toda la gente que el busilis del cuento no sabía, y aun a todos los que lo sabían, que eran muchos."
 
Miguel de Cervantes Saavedra. Don Quijote de La Mancha.

41.

brujulear.(De brújula).

1. tr. coloq. p. us. Descubrir por indicios y conjeturas algún suceso o negocio que se está tratando.
2. tr. desus. mirar por brújula.
3. intr. Buscar con diligencia y por varios caminos el logro de una pretensión.
4. intr. Andar sin rumbo fijo.
5. intr. Nic. Hacer negocios turbios.

Y salió del riad en el que se alojaba con la cabeza despejada de sueños y el estómago asentado tras un desayuno ligero, dispuesto a brujulear por aquella ciudad en la que todo parecía sacado de la pluma de Carroll. Al cruzar la calle, un conejo blanco desapareció tras el chaflán de un edificio de adobe. No dudó en seguirlo y se topó con la rojiza muralla que rodeaba la bulliciosa medina. En ella descubrió un cuadrado pintado sobre el adobe. Una suave brisa abrió en dos partes simétricas aquello que resultó ser un misterioso ventanuco. Logró atravesarlo y encontró que, tras sus pasos hacia aquella ciudad sumergida en el misterio, se alzaba su pasado: el conejo jugaba a la brisca con su yo niño, al que reconoció por la camiseta roja con un dibujo de Vicky el Vikingo. No podía articular palabra. El viento cerró la ventana a la realidad con un fuerte golpe que llevó al niño y al conejo a descubrirle, cual pasmarote, junto a los cristales rotos.

Se desplomó y al despertar su cuerpo había mermado y Vicky el Vikingo miraba desde su pecho la ciudad de Marrakech.