martes, 20 de abril de 2010

MARTA

Marta se levanta de la cama apoyando primero los brazos sobre el suelo y camina haciendo el pino hacia la cocina. Esta manía de amanecer al revés la lleva repitiendo desde que vio en aquel televisor de la tienda de su tío un anuncio, en blanco y negro, de calcetines para perros. Habla en dos idiomas a la vez porque tiene miedo de que no le entiendan y casi siempre repite la misma palabra al comenzar sus discursos: caracol. Así va de espiral en espiral haciendo garabatos con la punta de los dedos por toda la ciudad camino de la escuela en la que intentan enseñarle a ser una niña normal, como lo son las otras niñas. Pero Marta tiene la sensación de que esto no sucederá y tendrá que repetir curso o descender a un nivel más bajo con los otros normales. Y es que anormalmente, Marta, es más rara que una canción de silencios y le salen de los oídos versos de Neruda. Su madre ha intentado curar sus alegrías con antibióticos y ahora le ha dado, tras fracasar en sus intentos, por la medicina natural pero no ha logrado más que unos mantras que Marta repite hasta la saciedad cuando entra en la bañera. Y es que Marta es una niña muy zen y muy limpia.

CARTAS DESDE LA NADA

Querido asunto mío:

Te robo el adjetivo desde la nada, que me gustó.

Resulta que hoy ha salido el sol por la ventana del dormitorio, cuando acostumbra a hacerlo por el salón, y eso me ha hecho pensar que algo raro estaba apunto de suceder. Tras los rituales vespertinos (es que el sol me trastocó los momentos del día) arranco el coche y, en lugar de ruido, sale del motor una extraña palabra que inmediatamente identifico como aquella con la que finalizaba el libro que nunca he llegado a terminar de leer; y es que tengo esa manía: deternerme en las últimas palabras de cada libro y analizar las consecuencias de las mismas. Ya llego al trabajo (la palabra sigue sonando por las calles) y descubro que me han cambiado el calendario de fecha y la foto que anunciaba marzo ya no está. Es más, la soledad del edificio me hace notar que o bien he llegado demasiado pronto o tal vez, hoy, es un día más o demasiado tarde y no, resulta que los fines de semana no abren las escuelas públicas (las concertadas están siempre cerradas y en las privadas piden contraseña los domingos). Así es que vuelvo a casa y el sol está, tan tranquilo, donde lo dejé.
Y me preparo un té y va y se hace de noche. Ya decía yo.

En la nada pasan estas cosas y, normalmente, no pasa nada más que lo que tiene que pasar. Hoy fue distinto. ¿O no?

p.s. no hay forma humana de cambiarlo