jueves, 27 de enero de 2011

HASTA QUE PUEDA

"Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti." John Donne,

jueves, 13 de enero de 2011

EGYPT

Decadencia e historia y el tiempo va y se para sin preguntar al viajero ni de dónde viene, sin importarle el lugar sobre el que posará sus próximos deseos y le conduce hasta cinco mil años de enormes atrocidades, llámenlas historia, se me ocurre así. Y así y no de otra manera las formas triangulares se pasan volando por planetas extraños hasta llegar al hoy, tras tantos vientos saharianos y tantas voces y tanto sudor para crear, piedra tras piedra, lo que ahora parece traído del cielo. Y se recorren las aguas del río que dio la vida al Este y vio morir en el Oeste la cultura milenaria peor conservada por el hombre del siglo XX, sí, ese que piensa en el ahora, ese que incinera por puro pragmatismo, ese que resultó del carpe diem, ese que es y no será porque no quiere ser visto y cubre a sus mujeres sobre libros sagrados. Y ese río, cuyo nombre me evoca tantos recuerdos de mi infancia, te embriaga y te contamina de artes y artimañas. Y allí estabas tú, sobre miles de años de historia, fumándote el tiempo, queriéndome tanto. Menos mal que vimos Egipto.

E.P

HISTORIAS DE SEMILLAS

Resulta que todo indicaba que aquel era el día. El día para que volvieran a reunirse, junto a una vela, bajo la luna llena, tras un eclipse, dejando atrás aquella playa lusa, con la ilusión de que los astros se posaran sobre su signo y todo indicaba que aquella era la noche. Y así lo hicieron, derramaron cera e incienso sobre la mesa roja de Ikea y tres eran tres las semillas de judías que apretaron sobre sus manos mientras pensaban en todo lo bueno que el año les había regalado. Y fue mucho, fue. Y con algodones empapados en agua corriente las envolvieron y desearon que volviera a repetirse con aquella luna y aquella luz de luna llena y llenas de grandes deseos las dejaron germinar. Y fue en una noche, un mes más tarde, noche buena para la tierra, en la que se vio la luz asomar por primera vez en los ojos del pequeño que germinó, como aquellas judías negras, para enfrentarse a tantas noches buenas de luna llena y eclipses fatales y con los astros en su signos comenzaron a vivir, de nuevo, bajo la cera y el incienso sobre la mesa de Ikea. Bienvenidos

E.P

lunes, 10 de enero de 2011

SÉPTIMUS

Una mañana, o una tarde, a eso de las 20 h., Séptimus cruzó la calle camino de la tienda en la que había olvidado comprar lo que nunca venderían en tiendas como aquella. Cuando puso su pie derecho sobre el adoquín descambalachado por algún carruaje que horas antes recorría la misma calle en la que ahora se encontraba Séptimus, sintió que el cambio de aires no le había sentado nada, pero que nada bien. Pienso en aquella tienda, se dijo, y creo que llegaré tarde, seguramente ya la habrán cerrado cuando consiga sacar mi mocasín de esta mierda de calle olvidada. Y así fue: descalzo y sin ganas, cojeando y con menos ánimo que el que tenía a las 19 h., Séptimus llegó al bizarro escaparate de la tienda de relojes de la calle sin nombre y antes de que pudiera hacer caso al cartel de push ya había desaparecido la luz en la calle y el cartel de cerrado le llevaba a lo que hacia un momento, justo cuando dejaba olvidado su calzado al otro lado de la calle, había intuído: estos nuevos aires no me sientan nada, pero que nada bien. Y sacó su billetera y con su  pluma dejó escrito sobre uno de los billetes de tren que aun no había utilizado y que tampoco tenía muy claro porque había comprado: mañana será otro día, lo dice el tiempo y lo marcan cada uno de los relojes de la tienda que ahora me da la espalda y a la que, una vez más, no he logrado llegar a tiempo.
Y Séptimus volvió al otro lado de la calle, recuperó su mocasín, lo colocó sobre su cabeza y camino, aquella tarde o aquella mañana, en busca de aquella tienda en la que había olvidado comprar lo que nunca venderían en tiendas como aquella.
Y es que todos, alguna vez, nos hemos sentido un poco Séptimus.