lunes, 10 de enero de 2011

SÉPTIMUS

Una mañana, o una tarde, a eso de las 20 h., Séptimus cruzó la calle camino de la tienda en la que había olvidado comprar lo que nunca venderían en tiendas como aquella. Cuando puso su pie derecho sobre el adoquín descambalachado por algún carruaje que horas antes recorría la misma calle en la que ahora se encontraba Séptimus, sintió que el cambio de aires no le había sentado nada, pero que nada bien. Pienso en aquella tienda, se dijo, y creo que llegaré tarde, seguramente ya la habrán cerrado cuando consiga sacar mi mocasín de esta mierda de calle olvidada. Y así fue: descalzo y sin ganas, cojeando y con menos ánimo que el que tenía a las 19 h., Séptimus llegó al bizarro escaparate de la tienda de relojes de la calle sin nombre y antes de que pudiera hacer caso al cartel de push ya había desaparecido la luz en la calle y el cartel de cerrado le llevaba a lo que hacia un momento, justo cuando dejaba olvidado su calzado al otro lado de la calle, había intuído: estos nuevos aires no me sientan nada, pero que nada bien. Y sacó su billetera y con su  pluma dejó escrito sobre uno de los billetes de tren que aun no había utilizado y que tampoco tenía muy claro porque había comprado: mañana será otro día, lo dice el tiempo y lo marcan cada uno de los relojes de la tienda que ahora me da la espalda y a la que, una vez más, no he logrado llegar a tiempo.
Y Séptimus volvió al otro lado de la calle, recuperó su mocasín, lo colocó sobre su cabeza y camino, aquella tarde o aquella mañana, en busca de aquella tienda en la que había olvidado comprar lo que nunca venderían en tiendas como aquella.
Y es que todos, alguna vez, nos hemos sentido un poco Séptimus.


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