lunes, 27 de septiembre de 2010

ENERO EN LA PLAYA (a una canción)

Te llevo  un lugar..., y salió por la puerta. Esas situaciones ocurren, a menudo. Y se quedó tranquilamente al otro lado de la playa. La playa que había imaginado tantas veces, fina, susurrante, lejos de la tierra. Y el cuento comenzaba por la única parte que desconocían. Y le felicitó por su cumpleaños. Y entre abriles y sueños se dio cuenta de que, al prinicipio, enero le costaba como cuesta olvidar un secreto y la playa, tan vacía, le llevaba al lugar en el que empezaron. Una y otra vez, con las olas. Y hacía frío y la humedad era tan asfixiante que se le empapaban los pulmones de salitre y de tierra firme, como en los barcos que veían desde la isla. Aislados, en silencio. Y los gritos de aquel sueño le despertaron de la realidad y tuvo que asumir que la canción había terminado como terminan las noches, el sol, la sal...


jueves, 9 de septiembre de 2010

2. ANA SE CUELA EN UN SUEÑO

Ya había amanecido hacía un buen rato y Ana aprovechó para colarse por la ventana de una casa amarilla que dormía en medio de un bosque de castaños. La ventana estaba abierta y antes de entrar dejó su mochila roja colgada de uno de los árboles. Tuvo que esquivar varias ramas, algún pájaro y sin darse cuenta se vio aterrizando en un sueño. Todo estaba tranquilo y el mar. Ana se dio un baño en el agua más fría que su piel jamás había tocado. Comenzó a bucear y los peces de colores se le colaban por la nariz, entre los brazos y acariciaban su barbilla. No se oía nada, el silencio se imponía y algunos rayos de luz dibujaban caracolas en la cubierta de un viejo barco sumergido. Ana entró por uno de los ojos de buey del barco y descubrió, en mitad de una inmensa sala cubierta de alfombras de colores, a sus abuelos, tan elegantes, bailando agarrados al son de una música que parecía salir de una extraña caracola. Como los sueños son así, un montón de cangrejos y langostas desfilaban por una de las escaleras que parecían subir a la cubierta del barco, todos vestidos con trajes oscuros y grandes bandejas repletas de algas y bocadillos de atún. Sus abuelos desaparecieron y Ana comenzó a comer sin darse cuenta de que los bocadillos y las algas se habían convertido en montañas de espagueti. El festín fue interrumpido por cuatro sardinas con acordeón que empezaron a entonar canciones marineras, todas tan tristes que Ana casi llora o tal vez sí lloró, al estar rodeado de agua no pudo sentir más que la tristeza y entendió esa frase que su madre le decía cuando algo no iba bien y parecía estar hecha un mar de lágrimas. Decidió ponerse contenta, que menudo rollo de sueño, y cogió impulso, despidiéndose antes de las sardinas melancólicas, hacia el exterior de aquel barco y de aquel mar.

Unos minutos más tarde, Ana estaba sobrevolando la casa amarilla del castañar, dejando su mochila roja en una de las ramas del árbol, esquivando varios pájaros y saliendo de un sueño. O tal vez no.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

1. POR LA MAÑANA

Ana se lenvantó y decidió que quería ser mochilera. Se quitó el pijama de lunares y sin decir nada salió de la habitación y subió de puntillas por las escaleras hasta el desván. Allí se puso su traje de aventuras: un gorro verde, pantalón de rayas y esa camiseta que su tía le trajo de África y en la que aparecía dibujado un elefante devorado por una boa. Abrió la buharda y salió volando sin decir adiós.

Cuando había volado menos de un minuto y la casa se veía pequeña, se dio cuenta de que había olvidado su mochila y giró el cuello, primero, y después todo su cuerpo regresó como una bala hasta el tejado de su casa.  No tenía muy claros los aterrizajes, por lo que hizo un ruido tremendo al chocar contra las chimenea. Se puso su mochila roja y remontó el vuelo a toda prisa antes de que saliera el sol y notaran su ausencia.

Su abuela, mayor pero no sorda, no tardó en relacionar el sonido de las tejas con alguna trastada de las que Ana solía hacer antes de que amaneciera. Así es que, cerró los ojos, se tapó con la manta de ganchillo y decidió seguir durmiendo sin imaginar que su nieta había emprendido un largo viaje.

Todo empezó por la mañana, cuando Ana, después de aquel sueño, decidió ser mochilera y salir volando por el tejado de casa.

lunes, 6 de septiembre de 2010

COPYRIGHT ©

Se tiene o no se tiene, ser auténtico pero sin pagar, sin convencer, sinsentido, porque sí. Y mira que conozco a gente así: unos porque copian maravillosamente bien a otros, otros porque quieren llegar a ser como los unos, aquellos porque se fijaron que siendo así molaba y los menos molones porque se fijan de aquellos. Y los que quedan, los auténticos, se descubren en rincones inhóspitos y pasan desapercibidos (si no fuera así ya dejarían de ser los que quedan). Y tienen extrañas teorías copiadas de extraños sueños que deberían más bien aplicar a ellos mismos y no a otros. Visten raro porque son raros y también para que nadie les descubra en su figurada copia de lo que intentan llegar a ser sin que les vean. Hablan muy bajito para no ser oídos y algunos, los menos, se esconden de la luz de la chispa que pulula por la sexta los viernes noche. Así son los © , raros, tan raros...

jueves, 2 de septiembre de 2010

Y SI NOS VAMOS?

A veces, cuando se sentaba frente al mar, lo escuchaba y le hacía gracia atender a sus palabras como si fueran el viento o como si nada le importara porque se sentía ola y entre holas y adioses los soles le quemaban a piel. A veces, le contaba las horas y los días y quemaba la portada de ese periódico en el que solo se escribía lo que ellos querían leer y no lo otro. Y a veces, las menos, se enteraba de que al otro lado del pueblo, junto a aquella horrible casa roja que cubría la fachada de la iglesia desde el lugar más mágico, los hombres mataban algún animal para sentirse más hombres y menos bestias. Otras, las más, volvía a oir sus palabras en la montaña, en el barroco, en el rincón de la que fue su casa y desde allí, en ese instante, se sentía ella. Y sentía, sinsentidos, que otro lugar estaba escrito y cerraba la ventana para llegar a él. A veces, cuando oscurecía, el remordimiento se encontraba con todo lo demás y eso era bueno porque así no estaba solo. Y mejor que solo, a veces, aunque no contestara, merendaba un trozo de pan con chocolate y eso le gustaba tanto que entonces él hacía lo mismo.

Y es que, a veces, las veces que le veía eran siempre las últimas veces que se sentaba junto al mar a contar las horas y escuchar los gritos al otro lado del pueblo mientras los periódicos gritaban que en aquella montaña, en aquel barroco y en la que fue su casa, el remordimiento se  volvía pan con chocolate junto a la horrible casa roja. Sanseacabó

E.P