jueves, 2 de septiembre de 2010

Y SI NOS VAMOS?

A veces, cuando se sentaba frente al mar, lo escuchaba y le hacía gracia atender a sus palabras como si fueran el viento o como si nada le importara porque se sentía ola y entre holas y adioses los soles le quemaban a piel. A veces, le contaba las horas y los días y quemaba la portada de ese periódico en el que solo se escribía lo que ellos querían leer y no lo otro. Y a veces, las menos, se enteraba de que al otro lado del pueblo, junto a aquella horrible casa roja que cubría la fachada de la iglesia desde el lugar más mágico, los hombres mataban algún animal para sentirse más hombres y menos bestias. Otras, las más, volvía a oir sus palabras en la montaña, en el barroco, en el rincón de la que fue su casa y desde allí, en ese instante, se sentía ella. Y sentía, sinsentidos, que otro lugar estaba escrito y cerraba la ventana para llegar a él. A veces, cuando oscurecía, el remordimiento se encontraba con todo lo demás y eso era bueno porque así no estaba solo. Y mejor que solo, a veces, aunque no contestara, merendaba un trozo de pan con chocolate y eso le gustaba tanto que entonces él hacía lo mismo.

Y es que, a veces, las veces que le veía eran siempre las últimas veces que se sentaba junto al mar a contar las horas y escuchar los gritos al otro lado del pueblo mientras los periódicos gritaban que en aquella montaña, en aquel barroco y en la que fue su casa, el remordimiento se  volvía pan con chocolate junto a la horrible casa roja. Sanseacabó

E.P

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