Siempre te recordaremos, todos, siempre. Porque estuviste ahí, con esa sonrisa, con esa paz que transmitía tu rostro sin arrugas y tus manos y todo tu ser. Siempre recordaré tus comidas, aquellas judías en vinagre que nadie más supo cocinar y la sopa de tomate que tanto le gustaba a la abuela. Y cuando veías los partidos de fútbol y gritabas en los penaltis sin saber muy bien el porqué. Y recordaré las tardes en Valverde cuando había tormenta y nos hacías apagar la tele y las luces y te sentabas en una silla de madera y rezabas con las manos entrelazadas y apoyadas en el respaldo. Y yo te miraba y pensaba que se acababa el mundo entre trueno y trueno. Debo decirte que no lo he superado. Y cuando nos llamabas bandido debajo de la escalera al oírnos llegar a casa por la noche, tarde y sigilosos para no desperta a nadie. Y cuando me llevabas al lago, en Madrid, y me comprabas algodón íbamos al Corte Inglés y yo te susurraba los precios de todo. Y jugábamos a la brisca y al cinquillo apostando las pesetas que tú me dabas antes de cada partida. Y las coplas que cantabas cuando estabas en la cocina y abrías el horno y sacabas una patata caliente y en un golpe la partías por la mitad, le ponías sal y nos la comíamos.
Y siempre recordaré el día en que te fuiste y te sentaste y ya no te pudiste levantar.
(Jichita, continúa esto...)