domingo, 17 de enero de 2010

TOMMY

Debía de ser muy pequeña porque apenas recuerdo cómo apareció o si estuvo allí siempre. Medía unos quince centímetros y me susurraba al oído desde mi hombro derecho. Tuvimos largas conversaciones por los rincones de aquella casa que recuerdo grande y llena de juegos y risas. Todos sabían de su existencia, eso creo, y para mi era evidente que Tommy, este era su nombre, formaba parte de los Prieto.

Un buen día, la familia aumentó por quinta vez y Tommy decidió irse a los USA a estudiar, concretamente a Texas donde vivía su primo, en un rancho con búfalos y caballos (así lo imaginaba yo que por aquellos años tenía cinco primaveras recién cumplidas). La despedida fue triste pero necesaria. A los pocos meses nació mi hermano pequeño y nos mudamos de casa y de sueños.

Hace unos meses, estando en Asturias con unos amigos, recordábamos historias de este tipo y cuando les hablé de Tommy todos reían. No, no estoy loca, era mi amigo invisible y ahora es el primer protagonista de mi ciudad invisible. ¿Algún problema? Más de uno terminó por confesar historias peores (no las publicaré aquí, tranquilos) Y no es que necesitara tener amigos invisibles, en aquella casa era imposible que un niño se sintiera solo entre tanto hermano y tanto animal (perros, pájaros, tortuga, oruga...). Simplemente creo que era esa necesidad que ahora me vuelve de volcar mis sentimientos e imaginaciones en algún lugar solitario. Y es que: ¿qué diferencia puede haber entre un amigo invisible y este blog?

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