¿Ñiquiñaque?
¿Calandraca?
Está todo tan oscuro que casi no te veo, creo. Un, dos, tres. Magia. Pues sí. Te siento.
Así que decidieron, ante esta y otras muchas paradojas, abrazarse fuerte y quererse siempre.
¿Calandraca?
¿Ñiquiñaque?
¿Sigues ahí?
Siempre.
Y cuatro, cinco, seis. Un rayo de luna. Que para eso está redonda, llena, inmensa. Cállate, no seas pesado, y deja de dar la lata.
Y se durmió. Durmieron. Y Ñiquiñaque soñó con margaritas y lindos mares y Calandraca con océanos y corales y se encontraban en el tiempo y con el viento y hasta allí y bajo el agua, calentita.
Siete, ocho, nueve y diez. Tantos como se debían. Que no es deber el quererse, pero no está demás recordarlo. Porque entre sus sueños y aventuras se desvelaban abrazos y Ñiquiñaque enfermito de tanta poesía y tanto sueño y tanta agua y tanto monta, monta tanto, cayó rendido a sus brazos.
¿Calandraca?
Ñiquiñaque
MÁS
Y más que nada. Que si no me lo dices me lo creo y la líamos y nos perdemos entre besos y en abrazos. Y esto es pura ilusión, entre charcos de palabras y abracadabara que aquí estoy, a tú ladito. Pues ya sabes, no te vayas, deja el coche ahí aparcado, Ñiquiñaque, que lo vea y me lo crea.
Y se cierra el telón de los sueños y se abre el espejo de momentos y recuerdos y futuros y ya está. Que en esta aventura se colaron sin llamar, Ñiquiñaque y Calandraca, desde la orilla hasta el mar.
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