jueves, 12 de abril de 2012

DON RAMÓN

Esta mañana estaba más cansada de lo habitual y, al escuchar en la radio esa canción de los Ramones, me he venido arriba. Había pan para tostar, la aceitera estaba llena y pude meter el exprimidor en el lavavajillas listo para comenzar con el programa de lavado. El agua de la ducha salió caliente enseguida y tenía clarísimo lo que me iba a poner. La mañana iba de perlas por lo que evité sintonizar todo aquello relacionado con el euro. 

Al salir a la calle me crucé con un tipo extraño que me recordó a ese profesor de física y química que no prenunciaba la r y siempre mantenía el mismo tono de voz, le observé junto al semáforo en rojo, permanecía de espaldas a mí, ajeno a mi radiografía, dudando si cruzar o no, en uno de esos eternos pasos de peatones, en los que nadie quiere quedarse a medio camino por miedo a ser arrollado por algún loco mientras espera, de nuevo, a que se oiga el silbido del pajarito. Sus zapatos, más bien zapatillas de esas de suela de goma que respira, bailaban entre la acera y la primera franja blanca del paso, en un ridículo ahorasí ahorano. Recordaba sus lecciones horribles de formulación y la interminable tabla periódica con los gases nobles y me venía una y otra vez su magistral monotonía y aquella bata blanca con un manchurrón de café a la altura de cuello y lo imaginaba pidiendo café con chuggos pog favog. Su pie izquierdo se decidió a seguir al derecho con ambidiestra maestría y yo también avancé, como imantada por sus pasos, hasta el borde de la acera, y observé su enorme trasero balanceándose hacia la isleta central que dividía ambos sentidos en pleno Doctor Esquerdo, con su denso tráfico, en hora punta, esquivando primero una moto y, más tarde, un taxi. 

Creo que me alegré de su victoriosa llegada al otro lado, a pesar del bocinazo del autobús. Nunca sabré si era o no quien yo imaginé pero sí sé que escuchar a los Ramones a las 7 de la mañana hace este tipo de cosas.

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