domingo, 29 de agosto de 2010

LA VUELTA AL COLE

Como me jode (perdón, o no, qué coño) que anuncien en la M30 que comineza el cole y menos mal que la tele ni la enciendo porque hoy me ha dado por ahí y lo primero que me encuentro es a un montón de niños vestidos de rojo anunciando que esto se termina y que muchos de vosotros tendréis que dejaros los cuartos en libros de texto y en lápices y en esa regla de x centímetros (qué más dará, digo yo) y en papel transparente y en esa mochila de ruedas tan molona. Puag. El caso es que no me quejo, pero me jode, qué voy a hacerle.

Con lo bien que estaba yo en aquella playa repleta de un magnetismo bestial, influencia o no de ese volcán tan activamente inactivo. Recordando a mi Saramago, al que fui más tarde a buscar hasta Portugal.  Sí, se estaba muy bien con Serafín arriba y Serafín abajo, tan azulito y tan mono.

Y como haia calor, tuve que ir a Vizcaia a buscar algo que dejé hace unos seis años en lo alto de un monte desde el que se veían y se ven las ilusiones de una tierra y los deseos de todo un mar, pasando por aquellos verdes y regalando a Hesse en la cima del primero de tantos que coronaríamos este verano. Y la niebla casi me lo impide pero todo, como en la vida, si se quiere se corona. Y allí que llegamos mis dos aventureras favoritas y la que se empeñó en que había que llegar y que de bajar ya se hablaría.

Supongo que al volver a la Nada despues de aquello todo estaba más claro que antes y decidí que el viaje que comenzaría días más tarde sería (sin saber muy bien porque) muy importante. Y lo fue. Aún no puedo escribir sobre él porque hacerlo sería dejarme el alma en este pedazo de irrealidad y no es plan. Me ha atrapado y aun no se me ha salido de ahí dentro. Cuesta, cuesta, Senegal, me cuesta olvidarte.



Y tal vez fue esto lo que me empujó de Madrid hacia el Oeste, envuelto en llamas. Y allí encontré otro lugar en el que quedarme para siempre sin olvidar la Nada, que me sigue allá donde voy. Y fueron tan sólo cuatro palos clavados en arena blanca y un faro, con sus doce segundos de oscuridad (mira que son tozudos los faros y que me sigan gustando tanto), y el sol poniéndose sobre ese mar tan cabreado con todo y tan acogedor y la luna llena encima de mi cabeza vacía de todos los malos rollos, porque ardieron en la hoguera y porque son un auténtico lastre en la vida de cualquiera.


Y sí, la vuelta, y anda que no habrán crecido mis chicos..., seguro que, como yo, se la han pasado buscando el rayo verde en cada playa..., qué mala influencia somos los profes. Y seguro que se han enamorado y seguro que se han ahogado de verano y de lunas y de soles y de todo lo bueno que tiene no ir al cole durante dos meses. ¿Qué no?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ohhhhhhhhhhhhhhhh! Qué bonito Elena, me alegra haber vivido tan solo un trocito de este relato contigo, y es que, las cosas cuando se saben contar son el doble de bonitas y gustan el triple. Un besazo prietillo

Anónimo dijo...

Soy CRISPU

Elena Prieto Urbano dijo...

pues yo me alegro más de que lo hayas vivido conmigo, crispulilla que mira a la luna