martes, 25 de mayo de 2010

LOS SOLDADITOS DE PLOMO

Marta miraba por la ventana hacia el patio lleno de primaveras y  pensaba en la historia que Manuel le había contado días atrás. El abuelo de Manuel trabajaba el plomo en Rumanía y con diferentes moldes creaba cientos de soldaditos que vendía en un pequeño puesto del centro de Bucarest. Marta nunca hábía visto uno de esos soldados, pero imaginaba ejércitos de pequeños muñecos desfilando por los pasillos del colegio, por las mesas y por el alfeizar de la ventana en el que ahora reposaban sus sueños; todos buscando una batalla, una estratégica posición en el mapa mundi que colgaba de la pizarra. Marta hubiera querido conocer a ese abuelo y estar en esa ciudad y ayudar a pintar con pequeños pinceles una sonrisa de paz a los soldados. Las guerras -pensaba- están hechas de odio y de envidias; pero aquellos soldados, los de Manuel, serían capaces de luchar en batallas imposibles para lograr la paz de los que con sus manos les crearon. Los soldados de plomo dejaron de existir hace años, los sueños de Marta vuelan por la ventana y hasta el patio. Marta siempre quiso tener un abuelo y un barco de papel.


1 comentario:

alicia dijo...

Quién sabe... Hay pescados que esconden en su vientre la sorpresa de un soldadito de plomo cojo. Es cuestión de no perder la esperanza ni la mirada de buscador de tesoros... Un abrazo ligero como el plomo de esos corazones