jueves, 15 de abril de 2010

LA IMPORTANCIA DE LA NADA

Volaban a más de cuatro mil metros de altura y vivían con los pies sobre un alto cerro. Eran susceptibles a la nada. Y todo parece más pequeño desde aquella visión de los que fueron vencidos en la batalla de las simplezas. Al aterrizar, cada uno supo la dirección adecuada y no pasaron dos minutos sin que el momento se rompiera en frágiles pedacitos de cristal. Cada viajero tomó uno, el que le correspondía según su altura, y brotó la sangre de sus manos transparentes. Tan irreal y tan mágIco como la verdad que guardaban en sus baúles de pino viejo. Y como era época de lluvias comenzó a mojarlo todo la tempestad y el asfalto de la pista de aterrizaje, humectante, les recordó que habían dejado la ropa tendida en el patio. Las sábanas de lino habían rodado por la hierba enrolladas en gemidos de jóvenes parturientas y los pañuelos bordados volaban entre las ramas de los árboles que rodeaban la casa del viajero contumaz en soñar que no existía. Pero la realidad y la importancia de la nada se dieron la mano bajo las estrellas y no hubo más pasaporte que el expedido el día de la llegada al lugar en el que habían nacido. Y comenzó la fiesta de las ideas y se cerraron las puertas de todo lo demás, inservibles. Se agarraron con vehemencia de la mano y se dejaron llevar por la lluvia hasta el lugar del que venían. Y la rueda comenzó a girar en el molino.


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