domingo, 17 de enero de 2010

QUITERIA

Siempre te recordaremos, todos, siempre. Porque estuviste ahí, con esa sonrisa, con esa paz que transmitía tu rostro sin arrugas y tus manos y todo tu ser. Siempre recordaré tus comidas, aquellas judías en vinagre que nadie más supo cocinar y la sopa de tomate que tanto le gustaba a la abuela. Y cuando veías los partidos de fútbol y gritabas en los penaltis sin saber muy bien el porqué. Y recordaré las tardes en Valverde cuando había tormenta y nos hacías apagar la tele y las luces y te sentabas en una silla de madera y rezabas con las manos entrelazadas y apoyadas en el respaldo. Y yo te miraba y pensaba que se acababa el mundo entre trueno y trueno. Debo decirte que no lo he superado. Y cuando nos llamabas bandido debajo de la escalera al oírnos llegar a casa por la noche, tarde y sigilosos para no desperta a nadie. Y cuando me llevabas al lago, en Madrid, y me comprabas algodón  íbamos al Corte Inglés y yo te susurraba los precios de todo. Y jugábamos a la brisca y al cinquillo apostando las pesetas que tú me dabas antes de cada partida. Y las coplas que cantabas cuando estabas en la cocina y abrías el horno y sacabas una patata caliente y en un golpe la partías por la mitad, le ponías sal y nos la comíamos.

Y siempre recordaré el día en que te fuiste y te sentaste y ya no te pudiste levantar.

(Jichita, continúa esto...)

1 comentario:

Ana dijo...

Te recuerdo también en la Cruz, con una fanta de limón, las tardes de verano. Y cuando me caí por la escalera y me llevaste a ver los títeres, o algo parecido, que tanto me dolía que solo recuerdo que lo hiciste para distraerme. Y mis intentos porque me enseñaras a falar la fala (pimientos, asins, cerillas, mistus...), que era en realidad tu lengua, antigua y bella. Y cuando me aferraba a tus faldas porque me quería quedar contigo y nadie más y los demás se molestaban. Pero me quedé también ahí, chiquitita, aferrada a unas faldas con olor a queso en aceite y bondad infinita.