miércoles, 21 de abril de 2010

MANUEL

Manuel sabe que es pequeño y no le importa, así puede encontrar fácilmente los alfileres que a su padre se le caen al tomar medidas a sus clientes. Y es que su padre es sastre de trajes invisibles para grandes celebraciones. Manuel sabe que su cuerpo es vulnerable a una ráfaga de viento y a una mañana sin sol, esto último más bien por su tendencia a tumbarse en el tejado de su casa los días de primavera y es que, con la lluvia, las tejas de aluminio se vuelven resbaladizas y difíciles de afrontar. Manuel pasa las horas allí, cual lagartija, esperando a que su amiga Marta pase, haciendo el pino, y le salude con sanscritos garabateos de buenos días, Manuel, amigo mío. Y es que Manuel no va a la escuela los días de barro y en invierno seca sus fríos con hogueras alrededor de las cuales su abuela, que tiene más de cien años, cuenta historias para dormir y soñar otros mundos, los mundos de los que son grandes pequeños y menudos viajeros de vidas por descubrir. A Manuel le gusta su abuela y los trajes de su padre y aunque estos no les den para comer bien cada día, siempre sobran unas monedas para algún librillo de los que venden en la plaza los domingos, usados pero mágicos y valientes. Y es que Manuel es listo, mucho, y tiene grandes sueños a pesar de su corta estatura.

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