jueves, 21 de enero de 2010

J

Se llega a J a través de un mar de color uniforme, en calma continua, y se atraviesa con la vista el enrevesado de vías que la conforman. Millones de paralepípedos se suceden en constante calma y dejan reflejar en sus paredes de cristal las miles de personas que, desnudas y sin sexo, sobrevuelan las aceras. El mar se confunde con el cielo. Árboles de colores y frutas exóticas y desconocidas cuelgan de las escasas nubes de color rojizo. Cuando llevas unas horas comprendes que el sol nunca se posiciona en el cénit, originando un continuo ocaso. ¿Amanece en J? No, siempre es pasado el medio día, cuando la tarde amenaza con una noche oscura que nunca llega. Pero el aire es tan escaso que la gravedad desaparece y una vez allí tus pies comienzan a elevarse impidiéndote mantener la cabeza erguida. Tras repetidas cabriolas, como en un juego maldito pero pueril, logras que tus ojos vuelvan a la altura del horizonte y los zapatos se desprendan hasta el vacío sobre el que flota la ciudad. Entonces tus párpados se cierran y ves el interior de los habitantes de J, un interior onírico, sin sangre ni miedo, puro, continúo en el tiempo, no sabría definir el principio de esos cuerpos que se confunden con la ingravidez y se entremezclan y atraviesan sin distinción. Pero puede que pasaran horas, días, meses, incluso años. El tiempo desaparece y la única preocupación es flotar. Te sugiero seas más veraz en tus descripciones, es ilógico que exista un lugar de estas características. Te diré, conciencia, que sólo hay que saber recordarlo. Todos hemos vivido en él durante el principio de nuestros días, cuando el viaje comenzaba y se abrían las mil puertas del destino

1 comentario:

Mr. Sparxx dijo...

Yo seguro que he estado en J más de una noche.